El parlamento cubano se prepara para discutir el próximo sábado el Proyecto de la nueva Ley de la Inversión Extranjera. De acuerdo con José Luis Toledo Santander, presidente de la comisión de Asuntos constitucionales y jurídicos de la Asamblea Nacional y Déborah Rivas, directora general de Inversión del Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera “la inversión foránea podría ser autorizada en todos los sectores, excepto en los servicios de salud y educación a la población y todas las instituciones armadas, salvo en sus sistemas empresariales”.
¿Por qué no se autorizará la inversión en servicios de salud? Porque una de las principales banderas de la Revolución cubana ha sido la salud. En un artículo publicado en 2006 en el International Journal of Epidemiology, Richard Cooper y colaboradores señalaban lo siguiente:
“Cuba es un ejemplo de cómo una modesta inversión en infraestructura combinada con una bien diseñada estrategia de salud pública puede dar lugar a niveles de salud comparables a los de las naciones industrializadas … Si la experiencia cubana se generalizara a otros países de ingresos bajos y medios, la salud en el mundo se transformaría.”
La tasa de mortalidad infantil, indicador que tradicionalmente se utiliza para evaluar el nivel de salud e incluso de desarrollo alcanzado por un país, es legendaria en Cuba. Según la Organización Mundial de la Salud, la tasa de mortalidad en menores de 5 años en la isla es de 6 por cada 1000 niños de esa edad, cifra similar a la de Canadá e inferior a la de EUA, que es de 8. Los únicos países latinoamericanos con cifras parecidas son Chile y Uruguay, que tienen una tasa de mortalidad de 9 en menores de 5 años.
Este logro se ha utilizado para encumbrar al sistema de salud que surgió de la Revolución cubana y presentarlo como un ejemplo de “buena salud a bajo costo”. Sin embargo, el éxito en materia de mortalidad infantil no refleja de manera objetiva el desempeño global de este sistema. El informe Salud en Las Américas 2012, publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), señala, por ejemplo, que la mortalidad materna en Cuba es de 43 por 100,000 nacidos vivos, contra 20 en Chile, 26 en Costa Rica y 8.4 en Uruguay. Esto a pesar de que Cuba cuenta con el número de médicos por habitante más alto de la región: 6.7 por 1000 habitantes, contra 1 en Chile, 1.3 en Costa Rica y 3.7 en Uruguay.
Lejos de ser ejemplar, el sistema de salud cubano muestra un desempeño más bien pobre en diversas áreas (tabaquismo, enfermedades cardiovasculares, enfermedades mentales y suicidios), no solo en el rubro de mortalidad materna, pero sobre todo un record lamentable en lo que se refiere al respeto de la libre expresión de sus analistas, los derechos humanos de sus enfermos y los derechos laborales de sus médicos. Es éste el lado oscuro de la salud en la Revolución.
Los líderes de la Revolución cubana han propagado durante décadas la idea de que antes de 1959 Cuba era un país no solo gobernado por un tirano protegido por Estados Unidos, sino además pobre, insalubre e inculto: la versión hispana de Haití. Según ellos, la lucha revolucionaria no solo trajo independencia y libertad, también sacó de la pobreza, la ignorancia y la enfermedad a millones de cubanos.
Martha Beatriz Roque Cabello y Arnaldo Ramos Lauzurique, fundadores del Instituto Cubano de Economistas Independientes, echaron por tierra esta ideológica visión. Haciendo uso de datos publicados por organismos internacionales, demostraron que en los años cincuenta del siglo pasado, Cuba era una nación relativamente próspera, culta y sana. No era un ejemplo de democracia, pero era uno de los países latinoamericanos con mejores indicadores de educación y salud.
Según la UNESCO, en 1958, Cuba dedicaba 23% de su presupuesto público a la educación, el porcentaje más alto de la región latinoamericana. Su tasa de analfabetismo ese mismo año fue de 18%, cuando en México era de 33%.
En el campo de la salud, el desempeño de Cuba era igualmente sobresaliente. Según el Anuario Estadístico de la ONU, en 1958 disponía de 35 mil camas hospitalarias para una población de 6.6 millones de habitantes, 5.3 camas por 1000 habitantes, cifra considerablemente mayor a la del resto de los países latinoamericanos. Contaba además con 6400 médicos, equivalentes a un médico por cada 1000 habitantes, cifra solo superada en la región por Argentina (1.3) y Uruguay (1.2).
Esta disponibilidad de recursos para la salud se reflejaba en los principales indicadores de condiciones salud. En contra de lo que insistentemente señalan las fuentes oficiales cubanas, la esperanza de vida en Cuba antes de la Revolución era una de las más altas de América Latina (64 años), solo superada por Uruguay (68 años) y Argentina (65 años). La mortalidad en menores de 1 año en 1958 era de 33 por 1000 nacidos vivos, la más baja de la región y mucho menor que la de Argentina (61), Costa Rica (89), México (80) y Uruguay (76).
Estas cifras demuestran que los logros en materia de salud de la Cuba revolucionaria se debieron en parte al hecho de que la isla, antes de la llegada de Fidel Castro al poder, contaba con una infraestructura, un nivel de conocimiento médico y una tradición sanitaria excepcionales, producto del esfuerzo de varias generaciones de trabajadores de la salud.
La documentación de esta realidad y su diseminación a través de redes sociales informales debió haber sido un golpe particularmente doloroso para la dictadura cubana, cuidadosa como había sido de limitar el acceso a cualquier fuente de datos que pudiera contradecir la historia oficial. Su reacción, por lo mismo, fue contundente. En 2003, como parte de la llamada Primavera Negra, Roque Cabello y Ramos Lauzurique fueron arrestados junto con otros 73 disidentes cubanos, sometidos a un juicio sumario y condenados a 20 y 18 años de prisión, respectivamente. Se les acusó de “atentar contra la independencia y la integridad territorial del Estado”. Gracias, entre otras cosas, a la presión ejercida por Amnistía Internacional, Roque Cabello fue liberada en julio de 2004 en atención a los graves problemas de salud que le generó el encierro. Ramos Lauzurique permaneció en prisión hasta noviembre de 2010. Los dos rechazaron las ofertas de exilio que les ofreció el gobierno cubano: “Este es mi país,” declaró Roque Cabello en una entrevista reciente para la BBC, “y mi país necesita lo que estamos haciendo”.
Octavio Gómez Dantés / Revista Letras Libres
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